Capítulo 0
Anochece. El verano acaba y tormentas esporádicas comienzan a refrescar el ambiente. Desde mi ventana veo como las luces surgen en el cielo e iluminan las montañas de Tramuntana. Ahora es como si pudiera adelantarme a estos fenómenos: siento que la tormenta llega a la ciudad a la vez que lo sienten las aves; veo señales y vivo en un estado premonitorio constante. La vida se ha convertido en un lienzo lleno de símbolos cuya lectura es para mí natural. Esta hipersensibilidad a los elementos que me rodean, a los vaivenes meteorológicos, son una consecuencia directa de lo que llamo mi nuevo estado. Un estado de recepción absoluta, y que nada tiene que ver con la vida prosaica en la ciudad. La misma que atrofia nuestros sentidos y convierte los sinuosos caminos del pensamiento en cuadriculas de un urbanista para facilitar el tránsito.
Me lavo la cara en el baño y veo
como mis ojos brillan con un fulgor asombroso. Con el paso de los días desde
que comenzó la exposición, se han ido oscureciendo cada día más hasta llegar a
un color negro y limpio, como dos obsidianas que reflejan como un espejo
cualquier brillo que los ilumine. Me dan miedo, y a la vez siento que
finalmente sigo mi destino, por nefasto que éste sea. Me siento como el mar al
que temí toda mi vida hasta hoy. Poco a poco me diluyo en mí misma, en una
individualidad inabarcable y colectiva.
Esta mañana he tirado dos cartas
en el buzón. Una va dirigida a los miembros del Club, otra a la policía. Sin
embargo, dudo que surja ningún efecto. Mientras deslizaba las misivas fue
inevitable pensar en aquellos “pobres desgraciados”, así los llamó el Señor
Eugeni Caus. Los mismos que antes de quitarse la vida escribieron “Pertenecemos
al infinito”. Qué paradoja que finalmente esto sea así, y que de alguna forma
ellos tuvieran razón, consciente o inconscientemente. Una parte de mí todavía
espera que alguien de los cuerpos de seguridad investigue estos sucesos con
seriedad y empeño. Que retomen con fuerza el expediente, dispuestos a analizar
los sucesos desde una óptica más abierta. Mi propio escepticismo evitó que
viera la amenaza que se cernía sobre mí hasta que ya fue demasiado tarde. Debí
haber hecho caso a Kristina, aquella a quien juzgaba loca. Deben retomar la
investigación; al fin y al cabo ya hay fallecidos de por medio. Sin embargo, lo
que hay en juego va más allá de una simple investigación policial.
Ha sido un día extraño. Lo he
dedicado a despedirme de mí misma. Mañana dejaré de ser yo, o como prefiero
decir, seré yo al fin. Por ello, antes de que eso ocurra quiero recordarme como
mi abuelo ya hizo con su álbum de fotos. Esta noche, me dispongo a escribir mi
historia.
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